A todos los hombres humillados por sus mujeres y discriminados por la sociedad.
La mujer
maltratadora
El tabú silenciado
Todos conocemos el grave problema del maltrato
físico o emocional que muchos hombres infligen a sus mujeres. Pero hay también
otra plaga, no menos extendida, que es la violencia emocional o física de
muchas mujeres contra sus parejas masculinas. Como ya existe abundantísima
información sobre el primer asunto, examinaremos aquí con cierto detalle el
segundo -un drama tabú-, a fin de obtener una visión más completa de la
terrible violencia doméstica (1).
Ante todo, cabe entender toda
violencia familiar como un síntoma neurótico surgido de profundos conflictos
emocionales de sus miembros, y a menudo de severas patologías de la
personalidad. En el caso de las mujeres, además, es un hecho que muchas de
ellas no se emparejaron desde un principio a partir de un genuino amor
a su pareja -y ni siquiera al varón en general o con unas mínimas
aptitudes para la empatía y la convivencia-, sino desde apremiantes necesidades
prácticas o neuróticas (p.ej., huir de la familia, vacíos emocionales, embarazo
no deseado, deseo de tener hijos, interés económico, imitación social,
etc.) (2). Así, tras las primeras semanas de
romance y en cuanto la mujer asume su nuevo estatus de casada (o incluso
desde mucho antes), muchas de ellas comenzarán a descargar sus amarguras
inconscientes contra su chivo expiatorio más cercano: sus maridos. (Y, por
supuesto, también contra sus hijos (3) u otras personas e incluso contra sí
mismas. Pero éste es un tema que no abordaremos aquí). Comenzará, entonces, la
pesadilla secreta de los hombres maltratados.
La conducta de estas mujeres es siempre la misma: culpan de forma exclusiva, continua y desproporcionada a sus parejas masculinas de los problemas inherentes a toda convivencia, presentándose ellas mismas como las víctimas ajenas e inocentes de todo. No hay diálogo, no hay autocrítica, no hay afecto, no hay disculpas; la percepción de la mujer es siempre inequívoca y furiosa: "¡es por tu culpa, eres un egoísta, eres un inútil, eres un idiota, eres un desagradecido, eres un hp...! Y desfoga inagotablemente contra él toda su rabia y su desprecio.
La conducta de estas mujeres es siempre la misma: culpan de forma exclusiva, continua y desproporcionada a sus parejas masculinas de los problemas inherentes a toda convivencia, presentándose ellas mismas como las víctimas ajenas e inocentes de todo. No hay diálogo, no hay autocrítica, no hay afecto, no hay disculpas; la percepción de la mujer es siempre inequívoca y furiosa: "¡es por tu culpa, eres un egoísta, eres un inútil, eres un idiota, eres un desagradecido, eres un hp...! Y desfoga inagotablemente contra él toda su rabia y su desprecio.
Si el hombre se muestra cariñoso,
se burla de él ("eres un pesado, eres un crío, siempre estás con el sexo,
sólo piensas en ti"). Si se defiende, entonces lo amenaza ("a mí no
me hables así, tú qué te has creído, te denunciaré"). Si se
repliega sobre sí mismo para protegerse, se queja ("no me haces caso,
me tienes abandonada, nunca me has querido"). Y si el hombre,
demasiado inmaduro y dependiente de la figura femenina (a causa de sus carencias
maternales y sexuales), se rinde definitivamente y se somete mansamente a su
mujer, entonces ella aún lo detesta más ("eres débil, eres patético, un
calzonazos, me das asco"). Etcétera. De modo que, haga él lo que haga,
ella siempre encontrará la manera de deformar la realidad para justificar su compulsiva
necesidad de agredirlo y humillarlo. (4)
En los casos moderados, estas mujeres son simplemente mandonas, exigentes, desdeñosas y manipuladoras con sus parejas (5). Cuando, en cambio, su narcisismo es ya patológico (p.ej., sufren verdaderos trastornos de personalidad), su violencia emocional será terrible (6), y también puede ser fácilmente física (bofetadas, arañazos, patadas, golpes con objetos, amenaza con objetos punzantes o armas, etc., e incluso homicidio). Pero, muy significativamente y a pesar de tanto dolor y odio, no suelen hacer nada para separarse de sus maridos, ni tampoco están dispuestas a renunciar a los bienes -dinero, lujos, prestigio social, amistades- que su "enemigo" pueda proporcionarle. Más aún, algunas de estas mujeres, aun pudiendo trabajar, no quieren hacerlo, O, si trabajan, guardan su dinero para sí mismas negándose a veces a compartir los gastos domésticos, con la excusa de que su pareja debe mantenerlas en "justa compensación por lo mucho que sufren por su culpa". Este tipo de actitudes demuestra claramente la psicodinámica narcisista y explotadora en todos los sentidos (emocional, económico, a veces incluso sexual) de estas mujeres (7). Obviamente, cuanto más dinero gana el hombre, más feroz puede ser esta explotación.
Ante semejante situación, muchos hombres buscarán consciente o inconscientemente el amor y el sexo en otra parte, es decir, tenderán a ser infieles. Cuando son finalmente descubiertos (lo que suele ocurrir, a menudo porque ellos mismos buscan inconscientemente el castigo que creen merecer), la brutalidad más absoluta caerá sobre ellos. La esposa engañada, dolida, resentida, fuera de sí, gritará: "¡ya lo sabía yo, eres un canalla, todos los hombres sois iguales, ¿quién es esa p...?, ¡ella se va a enterar!", etc.. Y escenificará todo tipo de escándalos privados y públicos, manipulará y se entrometerá en las vidas de terceros, etc. La exageración de su respuesta dependerá también de su educación y de su entorno familiar y sociocultural.
¿Son los celos o el dolor ante la posible pérdida del amor de su pareja lo que motiva estos estallidos, como ellas piensan? En absoluto. El tormento de estas mujeres es la humillación insoportable de su inmenso orgullo herido, y la no menor frustración de haber perdido el control sobre la vida y la conducta del hombre, y que otra mujer pueda asumir este dominio. Porque, si la mujer violenta necesita sentirse omnipotente, ¿cómo podría sobrevivir emocionalmente sin una víctima a la que aferrarse? Hay, pues, un fondo de terror y envidia en la furia de la engañada. Y, llegada a este punto, suele reaccionar de dos maneras básicas: o bien aumentará su odio contra la pareja durante meses (o años, por mucho que éste se haya arrepentido sinceramente mil veces). O bien exigirá el divorcio inmediatamente. Ambas reacciones demuestran su desvinculación afectiva básica respecto al hombre, es decir, su nulo interés inconsciente por conservar un "amor" que, en rigor, nunca existió. Los procesos legales de separación tenderán a ser extremadamente conflictivos y, debido a los prejuicios sociales y las leyes ideologizadas, a menudo cruelmente abusivos contra el varón.
En los casos moderados, estas mujeres son simplemente mandonas, exigentes, desdeñosas y manipuladoras con sus parejas (5). Cuando, en cambio, su narcisismo es ya patológico (p.ej., sufren verdaderos trastornos de personalidad), su violencia emocional será terrible (6), y también puede ser fácilmente física (bofetadas, arañazos, patadas, golpes con objetos, amenaza con objetos punzantes o armas, etc., e incluso homicidio). Pero, muy significativamente y a pesar de tanto dolor y odio, no suelen hacer nada para separarse de sus maridos, ni tampoco están dispuestas a renunciar a los bienes -dinero, lujos, prestigio social, amistades- que su "enemigo" pueda proporcionarle. Más aún, algunas de estas mujeres, aun pudiendo trabajar, no quieren hacerlo, O, si trabajan, guardan su dinero para sí mismas negándose a veces a compartir los gastos domésticos, con la excusa de que su pareja debe mantenerlas en "justa compensación por lo mucho que sufren por su culpa". Este tipo de actitudes demuestra claramente la psicodinámica narcisista y explotadora en todos los sentidos (emocional, económico, a veces incluso sexual) de estas mujeres (7). Obviamente, cuanto más dinero gana el hombre, más feroz puede ser esta explotación.
Ante semejante situación, muchos hombres buscarán consciente o inconscientemente el amor y el sexo en otra parte, es decir, tenderán a ser infieles. Cuando son finalmente descubiertos (lo que suele ocurrir, a menudo porque ellos mismos buscan inconscientemente el castigo que creen merecer), la brutalidad más absoluta caerá sobre ellos. La esposa engañada, dolida, resentida, fuera de sí, gritará: "¡ya lo sabía yo, eres un canalla, todos los hombres sois iguales, ¿quién es esa p...?, ¡ella se va a enterar!", etc.. Y escenificará todo tipo de escándalos privados y públicos, manipulará y se entrometerá en las vidas de terceros, etc. La exageración de su respuesta dependerá también de su educación y de su entorno familiar y sociocultural.
¿Son los celos o el dolor ante la posible pérdida del amor de su pareja lo que motiva estos estallidos, como ellas piensan? En absoluto. El tormento de estas mujeres es la humillación insoportable de su inmenso orgullo herido, y la no menor frustración de haber perdido el control sobre la vida y la conducta del hombre, y que otra mujer pueda asumir este dominio. Porque, si la mujer violenta necesita sentirse omnipotente, ¿cómo podría sobrevivir emocionalmente sin una víctima a la que aferrarse? Hay, pues, un fondo de terror y envidia en la furia de la engañada. Y, llegada a este punto, suele reaccionar de dos maneras básicas: o bien aumentará su odio contra la pareja durante meses (o años, por mucho que éste se haya arrepentido sinceramente mil veces). O bien exigirá el divorcio inmediatamente. Ambas reacciones demuestran su desvinculación afectiva básica respecto al hombre, es decir, su nulo interés inconsciente por conservar un "amor" que, en rigor, nunca existió. Los procesos legales de separación tenderán a ser extremadamente conflictivos y, debido a los prejuicios sociales y las leyes ideologizadas, a menudo cruelmente abusivos contra el varón.
Muchos hombres, naturalmente, no
soportarán este infierno (8). Algunos buscarán alivio en el
alcohol, las drogas, la prostitución, el trabajo o los amigos -dando así más
pábulo a su mujer-, o desarrollarán trastornos psicológicos severos (depresión,
violencia, problemas laborales, disfunciones sexuales, etc.)... sin atinar,
desde luego, a divorciarse. Pese a sus tormentos y a menudo desde graves
inmadureces afectivas o problemas de personalidad, son infantilmente
dependientes de su verduga, a la que sienten inconscientemente como una madre
justiciera que, en realidad, "suele tener razón y les da su
merecido" (9). Son hombres débiles, inseguros,
inhibidos, sin autoestima (aunque puedan tener un gran brillo en lo
social, profesional, etc.), y sufren en secreto sintiéndose habitualmente
confundidos, culpabilizados, anulados por la esposa. Les cuesta mucho discernir
qué sienten, qué piensan, qué desean hacer ellos mismos con su
matrimonio y con su vida, con independencia de la voluntad de la mujer,
que tienen interiorizada de forma obsesiva.
De momento, no les cabe esperar mucha comprensión por parte de la sociedad, que contempla su problema con incredulidad, ironía o indiferencia. Después de todo, ¿no es muy habitual la relación entre una mujer "de carácter" y un hombre "obediente"? ¿No se dijo siempre que ellas son "princesas" y "madres" y que siempre mandaron "en casa", mientras ellos "trabajan y pagan"? ¿Y no pensamos también que ellas son sensibles y amorosas por naturaleza, mientras que ellos son brutos, egoístas y educados para no llorar? ¿Por qué quejarse, entonces? Mientras "la sangre no llegue al río".... Por eso, social y oficialmente, el sufrimiento masculino a manos de su mujer "no existe".
Pero el tabú de la mujer maltratadora no sólo es perjudicial para los hombres, sino también, obviamente, para ellas mismas. Para las relaciones entre los sexos. Para el amor y la creación de familias. Para la crianza y la felicidad de los hijos. Para la paz y la justicia social. Etcétera. Este tabú impide a mujeres y hombres concienciar y resolver las bases neuróticas de su sadomasoquismo compartido. Las mujeres violentas, como los hombres violentos, no lo son por maldad o por gusto, sino por tremendos déficits emocionales infantiles. A causa de ello son niñas vacías, inestables, rabiosas, desesperadas. Por eso necesitan un "huésped" al que aferrarse y violentar. Desgraciadamente, muchísimas de ellas -dada la aquiescencia social- jamás advertirán su problema. Sólo sus víctimas, a veces, llegarán a pedir ayuda terapéutica y/o legal.
De momento, no les cabe esperar mucha comprensión por parte de la sociedad, que contempla su problema con incredulidad, ironía o indiferencia. Después de todo, ¿no es muy habitual la relación entre una mujer "de carácter" y un hombre "obediente"? ¿No se dijo siempre que ellas son "princesas" y "madres" y que siempre mandaron "en casa", mientras ellos "trabajan y pagan"? ¿Y no pensamos también que ellas son sensibles y amorosas por naturaleza, mientras que ellos son brutos, egoístas y educados para no llorar? ¿Por qué quejarse, entonces? Mientras "la sangre no llegue al río".... Por eso, social y oficialmente, el sufrimiento masculino a manos de su mujer "no existe".
Pero el tabú de la mujer maltratadora no sólo es perjudicial para los hombres, sino también, obviamente, para ellas mismas. Para las relaciones entre los sexos. Para el amor y la creación de familias. Para la crianza y la felicidad de los hijos. Para la paz y la justicia social. Etcétera. Este tabú impide a mujeres y hombres concienciar y resolver las bases neuróticas de su sadomasoquismo compartido. Las mujeres violentas, como los hombres violentos, no lo son por maldad o por gusto, sino por tremendos déficits emocionales infantiles. A causa de ello son niñas vacías, inestables, rabiosas, desesperadas. Por eso necesitan un "huésped" al que aferrarse y violentar. Desgraciadamente, muchísimas de ellas -dada la aquiescencia social- jamás advertirán su problema. Sólo sus víctimas, a veces, llegarán a pedir ayuda terapéutica y/o legal.
Dejo, en fin, estas reflexiones
con la esperanza de que ayuden a arrojar un poco de luz sobre un problema muy
extendido y, por negado, doblemente dramático.
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1. Por motivos didácticos, en este artículo nos referiremos tácitamente a los matrimonios, aunque el fenómeno es casi idéntico en cualquier tipo de convivencia.
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1. Por motivos didácticos, en este artículo nos referiremos tácitamente a los matrimonios, aunque el fenómeno es casi idéntico en cualquier tipo de convivencia.
2. Lo mismo sucede,
obviamente, con muchos hombres. La psicodinámica de la violencia es similar en
ambos sexos.
3. Una gran parte del maltrato
emocional y físico en las familias, sobre todo contra los niños, proviene de
sus madres.
4. Lo que caracteriza
a la persona maltratadora no es que el otro no pueda ser también problemático
(a menudo el maltrato es mutuo), sino que se siente por encima de toda
autocrítica, de modo que cualquier posibilidad de comprensión, diálogo y
solución está descartada de antemano. En realidad, la necesidad primordial
inconsciente del maltratador/a es usar al otro/a como chivo expiatorio de
su propia infelicidad intrínseca. Ver también "El narcisismo".
5. Un ejemplo cualquiera visto en
la calle: una pareja joven sale de un centro comercial. Hace mucho frío. Él va
cargado con cuatro grandes bolsas y ella camina a su lado con las manos
cómodamente metidas en los bolsillos. De pronto, unas testigas de Jehová se les
acercan, cambian unas palabras con la mujer y le entregan una pequeña revista.
Las testigas de Jehová se van. Al momento, la revista cae de la mano de la
mujer y ésta, metiéndose de nuevo las manos en los bolsillos, se detiene y
ordena al chico: "recógela". Éste, refunfuñando, deja trabajosamente
las bolsas en el suelo, obedece y le entrega la revista.
6. Por ejemplo, gritos, burlas,
críticas, insultos, humillación privada y pública, indiferencia, coacciones,
amenazas, prohibiciones, castigos, chantaje emocional y sexual, acoso físico y
telefónico, mentiras, venganzas, destrozo de objetos personales, falsas
acusaciones, falsas denuncias, celos paranoicos, envidias
patológicas, lavado de cerebro, manipulación de los hijos, parientes
y amigos, etc.
7. La persona
narcisista, por definición, no puede vivir sin aferrarse y dominar/explotar al
otro/a.
8. Un infierno voluntariamente
silenciado por la propaganda estatal, de base feminista. Que yo sepa, desde
2006 se oculta en España toda información oficial sobre la violencia femenina
contra los hombres. Se considera ideológicamente que cualquier violencia cuya
víctima sea una mujer es "cultural", machista, y no, como es lo
habitual, neurótica, similar en hombres y mujeres, y necesitada de urgentes
medidas terapéuticas y psicosociales. Por eso, en la práctica, la agresiva
lucha contra la llamada "violencia de género" no es más que una vana
y destructiva caza de brujas. Ver textos recomendados más abajo.
9. Casi siempre, en efecto, estos
hombres sufrieron madres similares, o fueron criados bajo graves carencias,
miedos o humillaciones que les hacen ahora "adaptarse" sin
resistencias al maltrato. Lo mismo sucede con muchas mujeres violentadas, que
también se resisten a separarse o vuelven a menudo con sus maltratadores.
© JOSÉ LUIS CANO GIL
Psicoterapeuta y Escritor
Marzo, 2008
Revisión: Febrero, 2014
Psicoterapeuta y Escritor
Marzo, 2008
Revisión: Febrero, 2014
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