Por Maria Calvo Charro
http://www.temesdavui.org/es/revista/41/temas_de_portada/la_ideologia_de_genero_y_sus_consecuencias_sobre_la_relacion_paternofilial
http://www.temesdavui.org/es/revista/41/temas_de_portada/la_ideologia_de_genero_y_sus_consecuencias_sobre_la_relacion_paternofilial
Como señala
Anatrella, la revolución del 68, fue en realidad una “revuelta contra el padre
y contra todo lo que él representaba”. Desde entonces y hasta ahora la sociedad
ha desprovisto de valor la función del padre, no les tiene en cuenta, su
autoridad ha sido ridiculizada, las mujeres prescinden de ellos de forma
manifiesta, lo que provoca que los hijos les pierdan absolutamente el respeto.
En estas circunstancias, cuando el padre no es significativo para la madre, el
niño lo percibe y él mismo se coloca en su lugar convirtiendo la función
paterna en inexistente.
La actual devaluación de la función paterna, provocada por el
convencimiento social generalizado de que el padre y la madre son
intercambiables, de que no hay diferencias biológicas entre los sexos y de que
las mujeres pueden sacar adelante a sus hijos en soledad, ha provocado en los
últimos años que muchos niños crezcan en ausencia absoluta de un modelo
paterno, con los efectos negativos que tal omisión tiene sobre su equilibrado
desarrollo personal y académico.
Varios estudios demuestran que la ausencia del padre, física o simplemente
psíquica, puede tener efectos devastadores sobre los niños, incluyendo
problemas de salud serios, ya que su sistema inmunológico se ve afectado por el
estrés que genera tal situación de desamparo, y ello a pesar de los esfuerzos
de las madres en estos casos para compensar las carencias afectivo-educativas
desde el ángulo paterno.
Huérfanos de padres vivos:
La ausencia física del padre y sus devastadores
efectos
En su obra “Sola por elección. Madre por elección. Cómo las
mujeres están eligiendo la maternidad fuera del matrimonio y creando una nueva
familia americana”, la profesora de estudios de la mujer del Wellesley
College, Rosanna Hertz, afirma con rotundidad que los padres simplemente no son
necesarios. El núcleo familiar es el constituido por la madre y el hijo. Los
hombres en el mundo actual están obsoletos.
En la misma línea, Peggy Drexler, profesora de la Universidad de Cornell,
en su libro: “Educando a los niños sin hombres”, mantiene la bondad de
criar a los hijos sin la presencia de un padre, por madres solteras o parejas
de lesbianas.
La presencia y papel del padre, incluso en la procreación y maternidad, se considera
perfectamente prescindible. Hay madres solteras que instrumentalizan a los
padres biológicos, a los que no permiten participar luego en su vida y que no
tienen ningún derecho sobre el niño. Estas mujeres, puesto que ellas han
decidido solas el momento de su fecundidad, ocultándolo al padre, consideran al
niño como un bien propio y exclusivo. Por otra parte, la ingeniería genética
amenaza con su total sustitución, las técnicas de laboratorio han logrado que
el origen y dependencia de un padre se esfumen definitivamente.
En este ambiente, madres solteras, abandonadas, separadas o divorciadas
intentan criar solas a sus hijos con la creencia infundada de que ellas se
bastan y sobran. Idea que es absolutamente errónea, puesto que la función
materna y la función paterna no son iguales ni intercambiables. Es indiscutible
que el desarrollo emocional de los niños está en directa relación con la
cariñosa, educativa, disciplinante e imprescindible interacción constante de
ambos progenitores.
En Estados Unidos, según estadísticas recientes, uno de cada tres niños
crece sin padre actualmente (dos de cada tres, si nos referimos a niños
pertenecientes a minorías). Esta constituye la tendencia demográfica más
perjudicial de esta generación: hay 24,7 millones de niños norteamericanos en
esta situación (36,3%) un número mayor que
el de americanos afectados por cáncer, Alzheimer y SIDA juntos.
El Dr. Wade Horn, fundador de la National Fatherhood Initiative
(NFI) afirma que hoy en día 25 millones de niños norteamericanos tienen más
posibilidades de ver un padre en la televisión que en su propio hogar. Aproximadamente un 40% de niños norteamericanos nacen
actualmente fuera del matrimonio, lo que normalmente significa muy poca o
ninguna relación con el padre biológico.
Según Blankenhorn, en este siglo la sociedad se dividirá prácticamente al
50% en dos grupos diferenciados, no por razón de raza, clase o religión, sino
por el patrimonio vital que diferenciará a aquellos que crecieron con padre de
aquellos que carecieron del mismo. Cuando en una sociedad el fenómeno de la
ausencia paterna adquiere carácter masivo, deben esperarse consecuencias
no sólo en el devenir psicológico del individuo, sino también a nivel social.
Problemas de los niños y jóvenes sin padre
El efecto de la ausencia de padre en la salud y
bienestar de los niños es muy negativo.Diversos estudios muestran cómo la
carencia de padre está en la base de la mayoría de los problemas sociales
actuales más urgentes, desde la pobreza y la delincuencia, hasta el embarazo de
adolescentes, abuso infantil y violencia doméstica. Hace treinta años se
pensaba que los motivos principales de las conductas conflictivas de los chicos
se encontraban en la pobreza o discriminación. Hoy se sabe, como señala el Dr.
Dobson, que sin la guía y dirección de un padre, la frustración de los
muchachos les conduce a variadas formas de violencia y comportamiento
asocial.
El sociológo, Duncan Timms (University of Stockholm,
1991) realizó un seguimiento de todos los niños nacidos en Suecia en 1953
durante 18 años. Se le hizo un psico-diagnóstico a cada uno de estos 15.000 niños a intervalos regulares. Los que
presentaron un grado mayor de disfunción psicológica fueron varones nacidos de
madre soltera y que crecieron sin padre. Son convergentes con estas
conclusiones los resultados de un seguimiento de más de 17.000 menores de 17 años que realizó
en Estados Unidos el National Center for Health Statistics (1988 National
Health Interview Survey of Child Health): el riesgo de disfunción psicológica
(problemas emocionales y/o de conducta) es significativamente más alto para
niños que han crecido sin padre (entre 2 y 3 veces más alto) (Dawson, 1991).
Ronald y Jacqueline Angel, investigadores de la
Universidad de Texas, publicaron un trabajo en 1993 en el que evalúan los
resultados de todos los estudios cuantitativos que analizaron los efectos de la
ausencia paterna: "El niño que crece sin padre presenta un riesgo mayor de enfermedad mental, de tener dificultades
para controlar sus impulsos, de ser más vulnerable a la presión de sus pares y
de tener problemas con la ley. La falta de padre constituye un factor de riesgo
para la salud mental del niño".
Diversas estadísticas demuestran que los adolescentes sin padre: se
embarcan antes y en mayor medida en experiencias sexuales; tienen mayor riesgo
de abusar de drogas como el alcohol y la marihuana; tienen más posibilidades de
sufrir enfermedades mentales y suicidarse; sufren más proporción de abandono
escolar y criminalidad (estos efectos se agudizan cuando se trata de niños que
experimentaron el divorcio de sus padres siendo menores de cinco años; la mayoría de los niños con carencias afectivas por parte de su padre
sufren problemas de identidad sexual y emocionales, como ansiedad y depresión;
son menos solidarios y empáticos y tienen significativamente menos capacidad
intelectual. Son más agresivos, tienen menos autocontrol y escaso sentido de
culpabilidad.
En general necesitan más ayuda psiquiátrica. El 80% de los adolescentes en
hospitales psiquiátricos provienen de familias rotas. En 1988, un estudio
realizado sobre niños de preescolar en tratamiento psiquiátrico en los
hospitales de Nueva Orleans descubrió que cerca del 80% provenían de hogares
sin padre.
En EEUU, el 29.7% de los niños sin padre y el 21.5% de los hijos de padres divorciados que viven solo con su madre han repetido al menos una vez curso, en comparación con el 11,6 % de los que viven con su padre y su madre biológicos. También acceden menos a la Universidad. Un estudio realizado sobre 156 víctimas de abusos sexuales mostró que la mayoría pertenecían a familias sin padre.
El 43% de los muchachos en prisión crecieron en hogares
monoparentales. El 72% de los chicos que han cometido algún asesinato y el
60% de los que cometieron violación crecieron sin padre. El porcentaje aumenta
cuando se refiere a niños y jóvenes de color.
Según el Dr. Muñoz Farias, los niños que crecen sin una figura paterna,
generalmente evidencian trastornos en la adolescencia porque no encuentran una
identidad: “Los jóvenes sufren de inseguridad, soledad y depresión, que
pueden plasmarse en el fracaso escolar, consumo de drogas y vagancia. En
definitiva, no tienen la capacidad para controlar sus impulsos y no pueden
autorregularse”.
Estos niños, luego en la edad adulta tendrán dificultad para ejercer
debidamente la paternidad por falta de ejemplos masculinos. Según
el sociólogo Peter Karl, los niños que pasan más del 80% del
tiempo con mujeres, luego en la madurez no saben cómo actuar como hombres.
Estos jóvenes crecen como padres deformados porque a ellos mismos se les privó
de un comportamiento paterno ejemplar. Y es absolutamente erróneo pensar que la
función materna puede llenar ese vacío.
Padres desprestigiados: La muerte social del padre
Actualmente, muchas familias sufren el denominado
por los psicólogos “síndrome de la función paterna en fuga”: aunque el
padre está presente físicamente, no ejerce su papel.
La gran pérdida cultural no es del padre en sí mismo, sino de la paternidad
como función insustituible y esencial. Sufrimos actualmente lo que David
Gutmann denomina la "desculturización de la paternidad" .Cuyo
principal y más patente resultado es la fragmentación de la sociedad en
individuos atomizados, aislados unos de otros, y extraños a las necesidades y
bienestar que demanda la familia, la comunidad, la nación.
La sociedad ha devaluado progresivamente la función paterna y ha rechazado
la figura del padre como limitador o instancia de frustración del hijo. El
modelo social ideal y dominante es el consistente en la relación madre-hijo. Y
el padre solo es valorado y aceptado en la medida en que sea una especie de
“segunda madre”; papel éste exigido en muchas ocasiones por las propias mujeres
que les recriminan no cuidar, atender o entender a los niños exactamente como
ellas lo hacen. Los hijos captan estas recriminaciones y pierden el respeto a
los padres a los que consideran inútiles y patosos en todo lo que tenga que ver
con la educación y crianza de los niños. En palabras de Anatrella: “Es el
inoportuno, el no deseado, aquel que no tiene espacio entre la madre y el hijo.
Debe ser el espectador benévolo de la pareja madre/hijo”.
Reina la idea roussoniana de que la dirección y el consejo paterno impiden
el crecimiento corporal y anímico del niño. En este clima social imperante el
padre siente su propia autoridad como un lastre y su ejercicio le genera mala
conciencia, por lo que intenta ir de “amigo” de su hijo en lugar de ejercer la
función paterna que le corresponde. Los padres de parejas separadas o
divorciadas que solo ven a sus hijos algún fin de semana, acaban cambiando la
relación padre-hijo por una relación de “colegas”. En lugar de ayudar con los
deberes o formar en valores llevan a sus hijos de compras, al cine o a cena.
Los estudios demuestran que en muchos casos los padres divorciados poco a
poco van perdiendo el contacto hasta que finalmente dejan de ver a sus hijos
definitivamente.
No obstante, a pesar de la extendida ausencia física del padre y de la
devaluación de la función paterna debida a la crisis de identidad que
actualmente sufren los varones, las estadísticas muestran cómo, por regla
general, van en aumento las cifras de hombres que desean implicarse junto a su
mujer y que además de trabajar fuera de casa han asumido con responsabilidad y
compromiso la tarea de criar a sus hijos y colaborar en las tareas del hogar.
Sin embargo, muchos de ellos, aunque manifiestan una clara preocupación por el
bienestar y por la educación de sus hijos, no saben cómo ejercer correctamente
su papel, muchas veces porque las mujeres les exigen un comportamiento según
las pautas femeninas, lo que les genera frustración, desánimo e incomprensión.
Qué es un padre: La función paterna
Padre no es simplemente aquel que colabora en la
procreación de un niño, ni un progenitor más o menos preocupado por los
vástagos. La simple presencia física del padre no basta para un desarrollo
equilibrado de los hijos. Asimismo es errónea la creencia de que el padre debe
ejercer su función imitando los modelos de conducta femeninos, como si de una
madre-bis se tratara. Padre, en sentido estricto, es algo mucho más profundo.
Es aquel que ejerce correctamente la función paterna, entendiendo por tal
aquella que reúne las siguientes circunstancias: 1) Permite al hijo
individualizarse, separándolo de la madre; 2) Impone al hijo el orden de
filiación frente a sus pretensiones de omnipotencia; 3) Ayuda al hijo a
adquirir su identidad sexual.
1) Permite al hijo individualizarse, separándolo de la
madre.
La relación madre-hijo, por mucho que algunos quieran, nada tiene que ver
con la relación paterno-filial. Aquella funciona, según Anatrella,“como un
universo cerrado, en el que, a falta de padre, la madre configura con el hijo
una pareja”.
El padre, habiéndose ausentado, física o psíquicamente, no juega ya su
papel de “separador” que es el que, precisamente, permite al niño diferenciarse
de la madre, y se produce una insana mutua interdependencia. Así, es probable
que en la adolescencia el niño utilice la violencia-transgresión para afirmar
su propia existencia. El niño que ha tenido una relación excesivamente estrecha
con su madre, acaba sintiéndose “devorado” por ésta, la ve como un impedimento
a sus deseos de autoafirmación y masculinidad y suele reaccionar contra ella
con desprecio y agresividad. Gurian advierte de la sólida relación estadística
existente entre los niños problemáticos y violentos y los niños sin padre.
Las madres animales parecen conocer de esta necesidad y –en ausencia del
macho– para hacer combativos a sus vástagos y para permitirles vivir en una
naturaleza profundamente hostil en la que cualquiera se arriesga a ser
devorado, no dudan en maltratarlos para alejarlos de ellas mismas. Las madres
humanas, por el contrario, luchan por evitar a sus crías todo tipo de
sufrimiento y tienden a darles cuanto necesiten; haciéndolas adictas al placer
–reproduciendo y prolongando así la placentera vida uterina– y provocándoles a
largo plazo la más inmensa de las infelicidades, pues los convierten en seres
carentes de la dimensión adulta, niños eternos, en palabras de Savater,
“envejecidos niños díscolos” Situación que es del todo antinatural, al
hacer perdurar indebidamente la vida pueril, impidiendo la realización del
deseo inherente a todo niño de incorporarse al universo del adulto.
La negación de la función paterna pone en peligro a toda la sociedad. En
ausencia del padre, surge una relación de pareja entre la madre y el hijo que
perjudica el equilibrio psíquico de ambos. Una vez adolescentes, muchos de
aquellos niños no tienen otro medio de probar su virilidad más que el de
oponerse a la mujer-madre, incluso por medio de la violencia. En palabras de
Anatrella: “cuando el padre está ausente, cuando los símbolos maternales
dominan y el niño está solo con mujeres, se engendra violencia”.
En este sentido, señala Cordés, que quien busca los motivos de la
predisposición hacia la violencia solo o principalmente en factores
socioeconómicos se queda en la superficie del problema. Se queda satisfecho con
una teoría de socialización de cortos vuelos (H.D. Köning); infravalora el
influjo de la familia y el enorme efecto del comportamiento paterno, pasando
por alto la influencia decisiva de las relaciones intrafamiliares.
El psicólogo forense Shaw Johnson nos muestra cómo la investigación demuestra
que no hay nadie más capacitado para frenar la agresión antisocial de un
muchacho que su padre biológico. Algunos trabajos de
investigación sugieren que la función paterna tiene una influencia crítica en
la instauración y desarrollo de la capacidad de controlar los impulsos en
general y el impulso agresivo en particular, es decir, la capacidad de
autocontrol. Esta relación entre función paterna y control de impulsos tiene
posiblemente un papel importante en las adicciones (Stern, Northman & Van Slyk,
1984). De hecho el 50% de los toxicómanos en Francia y en Italia provienen
de familias monoparentales (Olivier, 1994).
El padre es quien permite enfrentar la realidad y la separación o insertar
entre la madre y el hijo un espacio que libera de la inmediatez y la fusión con
los seres y las cosas. El padre otorga libertad. Padre es aquel que se ocupa
del hijo, con el que crece y se identifica. El padre concede al hijo un
sentimiento de seguridad y de alteridad frente a la madre. La función paterna
es indispensable para que el niño asuma su propia individualidad, identidad y
autonomía psíquica necesaria para realizarse como sujeto. Un padre afectuoso
pero con autoridad, que dé cariño pero que marque límites y motive al niño
hacia la superación de retos personales, será la ayuda más eficaz para la
separación del varón de su madre y el correcto y equilibrado desarrollo de su
esencial identidad masculina.
La relación de una madre con los hijos varones para ser exitosa debe
moverse en un delicado equilibrio entre la intimidad y la independencia.
Cercanía y distancia es la dialéctica que mantiene viva y sana la relación
madre-hijo. Esta sincronía puede verse sin embargo afectada por aquellas madres
que se niegan a romper los lazos de dependencia con los hijos y se empeñan por
mantener el cordón umbilical sine die.
2) Impone al hijo el orden de filiación frente a sus
pretensiones de omnipotencia.
El matriarcado social y educativo perjudica el correcto y equilibrado
desarrollo de los hijos al favorecer personalidades individualistas y
narcisistas, pues la madre y su función materna no es por lo general capaz de
limitar los deseos de omnipotencia del niño.
El padre permite al hijo adquirir el sentido de los límites, marca las
prohibiciones, le sitúa en el lugar que le corresponde, le impone el orden de
filiación frente a sus pretensiones de omnipotencia y le ayuda a madurar
integrándose en el universo del adulto y así en la realidad. El padre impone la
“ley simbólica de la familia”, de tal manera que el hijo-niño con tendencia a
la tiranía comprende que no es él a quien compete dictar la ley, sino a otra
instancia exterior representada por su padre. El padre introduce la ley en un
vínculo previo, para determinar una ruptura y un nuevo reordenamiento.
El niño que no ha experimentado el conflicto edípico –chocar con el padre y
sus corolarios sociales– tiene muchas posibilidades de lanzarse en su juventud
a comportamientos asociales, violentos, agresivos e incluso a tendencias
homosexuales. Estos jóvenes no encuentran el límite a su psicología que impone
la presencia de la función paterna que les ayuda a interiorizar el sentido de
la ley y en consecuencia, como no saben “cómo pertenecer”, roban, agreden y son
violentos para ocupar, a la manera primitiva, un territorio.
La intervención del padre coloca al niño en el tiempo
real: “Este respeto forzado
del tiempo que se deslizará entre madre e hijo pondrá al niño en el tiempo del
que tiene una necesidad vital y del que sus congéneres se han visto privados
seriamente en estos últimos decenios. Este niño aceptará mejor el límite, la
disciplina, no será más el tirano que vemos todos los días y será, por fin, un
adolescente más sereno” .
Es por medio de la intervención paterna como el niño
choca contra el mundo del adulto y sufre los dolores de tropiezo con una
realidad –siquiera sea fragmentaria– que ya no es su propia realidad, la
realidad por él creada, sino “La Realidad”. Lo que sin duda favorece la
conducción de la infancia a la hombría. El padre es la “no-madre” que ha de mostrar
al hijo cómo funciona el mundo y cómo ha de encontrar su lugar en él. Debe ser
el “puente humano” que une al hijo con la vida pública de compromiso y
responsabilidad.
Corresponde sobre todo a los padres “disciplinar” a
los hijos. Diversos estudios demuestran cómo los varones responden mejor a la
disciplina cuando ésta viene impuesta por otro hombre. El padre tiene un papel decisivo
en el desarrollo del autocontrol y la empatía del niño, dos elementos
esenciales e imprescindibles para la vida en sociedad.
La capacidad de controlar impulsos es necesaria para que una persona pueda
funcionar dentro de la ley. Es imprescindible tener incorporada la capacidad de
postergar en el tiempo la gratificación, de resistir el impulso a actuar en un
momento determinado. Es un componente crítico de la conducta responsable del individuo en
sociedad, pero no el único. Es también necesaria la capacidad de registrar y
tener en cuenta los sentimientos de otras personas, es decir, tener capacidad
de empatía.
Un trabajo de investigación basado en un seguimiento
de niños y jóvenes durante 26 años
reveló que el mejor indicador de empatía en el adulto es haber tenido un padre
involucrado. Más que cualquier variable
asociada a la conducta de la madre, la empatía, que da la posibilidad de tener
un buen registro del sufrimiento del otro, y así inhibir la agresión, es
nuevamente un tema de función paterna.
Si los padres no ayudan a los hijos con su autoridad amorosa a crecer y
preparase para la vida adulta, serán las instituciones públicas las que se vean
obligadas a imponerles el principio de realidad, no con afecto sino por la
fuerza. Y de este modo no se logran ciudadanos adultos libres y responsables.
Muchas madres tratan de evitar los “conflictos” padre-hijo, sin percibir
que son procesos necesarios en la configuración de la personalidad de los
varones. Su relación está sometida a competencia constante, tensión y confrontación.
Cada uno intenta marcar su territorio y límites. Sin embargo, estos choques
esporádicos acaban generando una unión paterno-filial fuerte y sólida cuando el
chico pasa la adolescencia. Si la madre no comprende esto y los mantiene
separados para evitar los conflictos estará rompiendo sin darse cuenta una fina
línea de comunicación que quizá nunca vuelva a restablecerse.
3) Ayuda al hijo a adquirir su identidad sexual.
La diferencia de sexos encarnada por el padre, juega por otra parte, un
papel de revelación y confirmación de la identidad sexuada. La masculinidad no
se puede aprender en los libros, es algo que los padres pasan a los hijos sin
percibirlo apenas. Tanto la chica como el chico tienen tendencia al comienzo de
su vida, a identificarse con el sexo de la madre. Sin embargo, es el padre, en
la medida en que es reconocido por la madre, el que va a permitir al hijo
situarse sexualmente.
El psicoanalista Stoller ha demostrado que el niño, sea del sexo femenino o
masculino, vive una identificación primera con su madre y, por lo tanto, con la
sexualidad femenina. El chico comprometido en esta identificación primitiva
conoce un itinerario más difícil que la chica para liberarse de su madre y
afirmar su virilidad.
A este propósito señala el Dr. Liaño que todo hace pensar que la condición
básica del fenotipo sexual es femenina y a ella tiende de forma espontánea el
nuevo ser; ha de haber un esfuerzo añadido para que se quiebre esa tendencia a
la feminidad y aparezca el ser masculino. Como afirmó Alfred Host: “Llegar a
ser macho es una aventura larga, difícil y arriesgada. Es una especie de lucha
contra la inherente tendencia a la feminidad”.
El papel del padre es fundamental en cuanto referente de masculinidad. Todo
niño, de forma temprana, entre los tres y los cinco años, debe sufrir una
desconexión y diferenciación de la madre, para pasar a experimentar una
identificación con el padre. Si en ese momento el padre está ausente o es
inaccesible y distante los niños difícilmente adquirirán la noción de la
masculinidad.
Anatrella es contundente al respecto: “Sólo frente al padre el chico
será confirmado en su masculinidad y la chica podrá feminizarse”.. La sola existencia del padre al lado de la madre proporciona alimento
psíquico al niño para distinguirse y acceder a la autonomía. Es a través de la
intermediación del padre que se realiza de la mejor manera el proceso de
sexualización y la interiorización de la identidad sexual del niño.
En la misma línea, el psicoanalista Erikson, afirma: “El acompañamiento
que el padre realiza en el proceso en el que el niño construye su propia
identidad es insustituible”. Asimismo, la psicóloga A. Horner
explica: “Una vez establecido el curso de la identidad femenina de la chica
es relativamente interrumpido. La identidad femenina esencial se origina en las
primeras relaciones con la matriz. Mientras que la identidad sexual del chico
depende de su capacidad de diferenciarse de la matriz”.
En este sentido, señala Anatrella que históricamente cada vez que las
sociedades han estado dominadas por el matriarcado educativo y que el papel de
las mujeres se ha sobrerrepresentado, hemos asistido a un predominio social de
la homosexualidad pues el muchacho lucha contra la invasión maternal-femenina
por medio de la fusión del parecido con uno mismo.
El niño busca su masculinidad alejándose y diferenciándose de la madre. En
este estadio comenzará a buscar más la identidad con su padre, aunque volverá a
su madre siempre que necesite cariño y comprensión, consciente de que la
conexión amorosa con aquella permanece a pesar de su “declaración de
independencia”. Además estas muestras de cariño son un lenguaje que el niño
debe aprender para ser capaz posteriormente de expresar sus sentimientos y
afectividad hacia otros.
Los niños necesitan modelos masculinos para convertirse en hombres. A
partir de los 7 años los niños prefieren la compañía de hombres. Sin embargo,
pasan la mayor parte del tiempo de su vida rodeados de mujeres. Cuando se priva
a un joven de un modelo adecuado de masculinidad, aquel en sus actitudes tiende
a exagerar los estereotipos machistas porque nunca ha recibido la imagen justa
y equilibrada de lo que significa ser hombre.
La importancia del padre en el equilibrio personal de
los hijos
Uno de los más destacados sociólogos de Estados Unidos, el Dr. David
Popenoe, afirmaba recientemente lo siguiente: “Los
padres son mucho más que simplemente los segundos adultos del hogar. Los padres
implicados traen múltiples beneficios a los niños que ninguna otra persona es
capaz de aportar”.
La poderosa influencia de un padre sobre sus hijos es
única e irremplazable. Los estudios demuestran una serie de diferencias
cualitativas entre los niños que han crecido con o sin padre. Los niños que se
han beneficiado de la presencia de un padre interesado en su vida académica,
emocional y personal, tienen mayores coeficientes intelectuales y mejor
capacidad lingüística y cognitiva; son más sociables; tienen mayor autocontrol;
sufren menos dificultades de comportamiento en la adolescencia; sacan mejores
notas; son más líderes; tienen la autoestima más elevada; no suelen tener
problemas con drogas o alcohol; desarrollan más empatía y sentimientos de
compasión hacia los demás; y cuando se casan tienen matrimonios más estables.
Algunos estudios sugieren que la implicación activa del padre es especial
mente importante desde los primeros instantes de vida de los niños. En esta
línea, un trabajo de Bronte-Tinkew (2008), centrado en el análisis de
expresiones de balbuceo y capacidades de exploración, pone de manifiesto que
los niños cuyos padres están más implicados en su cuidado y supervisión
presentan una probabilidad más baja de sufrir retrasos cognitivos.
Una investigación llevada a cabo en Israel, demostró que los niños
prematuros cuyos padres los visitan con mayor frecuencia ganan peso más rápido
y tienen muchas más posibilidades de abandonar el hospital en corto plazo que
los que no reciben visitas paternas.
Junto a estos trabajos centrados en el desarrollo infantil, es cada vez más
importante la evidencia que relaciona las actividades educativas de los padres
con sus hijos en los primeros años de vida con los rendimientos escolares en
etapas más avanzadas.
Las dos figuras, paterna y materna, son indispensables, para el equilibrado
desarrollo de la personalidad y para una correcta socialización. Si falta la
alteridad sexual, al niño le faltará lo más esencial para su correcto
desarrollo psíquico y las consecuencias estamos solo comenzando a
percibirlas.
Es fundamental que los padres se involucren en las
actividades diarias de los hijos. Los niños son más propensos a confiar en su
padre y buscar en él apoyo emocional cuando el progenitor está implicado e
interesado en su vida. Y muestran un mayor nivel académico y menores problemas
de disciplina si sus padres, con afectividad, les imponen normas claras,
prohibiciones razonadas y límites a su comportamiento.
Además, como demuestran las estadísticas, lo que más
desea cualquier niño es que su padre pase tiempo con él. Según la Dra. Meeker, lo que todo
hijo necesita de su padre es principalmente: tiempo, afecto y aprobación. Nada
eleva más la autoestima de un hijo que saber que a su padre le gusta estar con
él. Se sienten seguros sabiendo que son importantes para sus padres y
merecedores de su atención. Estos padres estarán enseñando a
sus hijos un modelo saludable y digno de masculinidad. Probablemente nuestros
hijos no recordarán todas las “charlas” que les hemos impartido sobre las
virtudes y valores, pero siempre quedarán impactados por el ejemplo de vida
dado por sus padres.
María Calvo Charro
Profesora
Titular de Derecho Administrativo en
la
Universidad Carlos III de Madrid